En caso de trasplante de órganos, el protocolo médico contempla la inmunosupresión como vía para evitar que el sistema inmunológico del paciente rechace el injerto. Los medicamentos anticalcineurínicos forman parte del esquema terapéutico de primera línea, posterior a un trasplante renal. No obstante, estos fármacos tienen un estrecho margen terapéutico, ya que la nefrotoxicidad es su principal efecto secundario; dicho factor puede suponer un problema importante capaz de perjudicar la sobrevida del injerto.
Al respecto, el médico trasplantólogo David Arana, jefe de la Unidad de Transplante del Hospital Militar “Dr Carlos Arvelo” ubicado en Caracas, indicó que “el poder minimizar o retirar los anticalcineurínicos tan temprano como se pueda, garantiza una mejor función renal en el futuro, y ese es precisamente el actual objetivo de la terapia inmunosupresora”.
Sobre este punto, el nefrólogo Ezequiel Bellorín, médico del Servicio de Nefrología del Hospital Universitario de Caracas, señaló que la mayoría de los pacientes post-trasplante comienzan con este tipo de medicamentos. Sin embargo, estos fármacos tienen un problema a mediano o largo plazo: cierto grado de nefrotoxicidad. “Este factor depende de la dosis, pero no es necesariamente la única variable que influye en el deterioro del injerto”.
El doctor Bellorín agregó que “a pesar de ser unos fármacos recomendados en la primera etapa post trasplante, a la larga pueden deteriorar la función renal de forma severa, no sólo por los problemas inmunológicos que pueden ocasionar, sino por los efectos adversos y secundarios que este tipo de medicamentos ocasiona en el riñón, particularmente en el área vascular”.
Según el doctor David Arana, después de la tercera semana de la inserción del trasplante, una vez superados los eventos quirúrgicos -como la cicatrización de tejidos-, al paciente se le debe retirar el inmunosupresor anticalcineurínico y sustituirlo por otro denominado rapamicina, “para así evitar la toxicidad potencial y el daño del injerto”, resaltó.
En los regímenes libres de anticalcineurínicos, asociados al uso de rapamicina, se ha demostrado un mejor índice de supervivencia del injerto en pacientes, a largo plazo. “Esta conversión del esquema terapéutico, no ocasiona cáncer ni nefropatía crónica en el injerto, dos causas importantes de pérdida y muerte del riñón trasplantado”, agregó Arana.
Al respecto, el nefrólogo Ezequiel Bellorín, dijo que la conversión temprana a la rapamicina se asocia con menos episodios de rechazo agudo. Es por ello que este fármaco es seguro y eficaz en la preservación del injerto y la función renal después de la primera etapa postoperatoria. También añadió que “la intención en la mayoría de los centros, es hacer cambios en los tratamientos de la forma más temprana posible, para así evitar el rango de tiempo en el cual el deterioro celular es más severo”.
Para concluir, el doctor Arana destacó que existen suficientes estudios que avalan el beneficio de la rapamicina en trasplantes de riñón; “las investigaciones del profesor Jeremy Chapman, presidente de la Sociedad Internacional del Trasplante, o del galeno José María Campistol, del Hospital Clínico de Barcelona, España, entre muchos otras, son contundentes con respecto a las ventajas que ofrece este fármaco”.
Fuente: Comstat Rowland
Retiro oportuno de los anticalcineuríticos garantiza la preservación del riñón trasplantado
Publicado por
Mairim Gómez Cañas
lunes, 26 de octubre de 2009
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